Mi madre tenía una alacena que llenaba de ricos roscos y pestiños. Lástima que esos golosos y ricos pestiños eran para vendérselos a nuestras vecinas. Aunque mi hermana y yo siempre hemos sido unos buenos pinches de cocina y ya dábamos buena cuenta de la rica masa y jugábamos a darles distintas formas y hacer el fantasma con harina en nuestras caras. Nos perseguíamos como posesas por toda la cocina risas y más risas escapaban de nuestras gargantas mientras mi madre amasaba con paciencia.
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