martes, 19 de febrero de 2013

El coche de los helados y mi perra Candy

El coche de los helados y  mi perra Candy
A mí siempre me ha  gustado disfrutar de un buen viaje en coche, sobre todo si era de vacaciones con papa y mamá. Lo único que me daba rabia es que nos llamaran las gemelas, no éramos gemelas, pero mi mamá siempre nos vestía igual, por lo que era evidente, que para todo el mundo, era así.
El viaje a Granada fue estupendo.  Mi perrita Candy siempre asomaba la cabeza por la ventanilla, ladrando de alegría cuando veía alguna cabra o vaca y a mí me hacía mucha gracia, y no digamos a mi hermana. El día en cuestión, mi padre iba por todo el camino diciendo que teníamos que bajar a tirar la basura a la era.  Un campo que se usa para tal función. Bajamos del coche mi hermana y yo con la perrita  y en seguida reanudemos el viaje a Órgiva. Durante el trayecto, mi hermana comenzó a incordiarme, cuando mi padre, prestando atención a la carretera, dijo: El camión de los helados, el camión de los helados.  A este, con la puerta abierta, se le iban escapando cajas y más cajas del camión. Mi padre aparcó a un lado de la carretera; fue entonces cuando nos dimos cuenta de que mi perrita Candy no estaba. Mi padre nos tranquilizó y nos dijo que la perra estaría en el vertedero.  Mientras comíamos los helados y nuestros vestidos idénticos se  manchaban de chocolate, yo pensaba en ese horrible sitio lleno de olor nauseabundo,   sin saber si la encontraríamos o se perdería para siempre  en ese horrible laberinto de basuras, donde las ratas eran más grandes que los gatos. Lloré un montón y  al llegar, allí estaba,  bien restregada  por todas aquellas bolsas que a saber de sus dueños y sus contenidos.
  La perra era una mofeta, e hizo falta ir con todas las ventanillas bajadas. Mi perra Candy murió de vieja.
Fin

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